Archivo Barboza Grasa ®

RECORDANDO A DON ANTONIO MACHADO, POR BARBOZA


Quisiera empezar como el poeta este recuerdo, el recuerdo de mi juventud en Costa Rica y el patio de mi casa en San José. Pero lo que recuerdo es el patio del Liceo de Costa Rica donde cursé el bachiller,  y en mi época el estudio de la Literatura española era fundamental para acceder al él. Nos hacían estudiar El Quijote casi de memoria, al igual que El Siglo de oro, recitábamos a Segismundo de La Vida es sueño, de Calderón, a Quevedo, a Góngora, y el teatro de Lope de Vega…… En la Universidad de Costa Rica también estudiamos Literatura española, y fue ahí donde conocí a la Generación del 98, y del 27 . Este amor por la lengua materna, el español, me hacia reunirme en el Círculo de poetas de Costa Rica para estudiar y recitar poesías de nuestros poetas, nuestro lema era, Lea poesía.  Buscando autores como Rubén Darío, Neruda, Vallejo, Miguel Hernández, compré una antología de la poesía de Don Antonio Machado, la cual fue un descubrimiento para mi espíritu y me las aprendí casi todas de memoria y las recitaba en los momentos de soledad, eran un bálsamo.  Me llamó la atención las dedicadas a Campos de Castilla, en especial Soria, de donde era su amada Leonor, por ese paisaje tan opuesto al mío, el trópico, y de cómo la soledad de las noches las acompaña el sonido del agua o de una guitarra.
Siempre quise conocer y vivir en Soria y el destino me proporcionó este deseo. Y es cuando  nuestro profesor de Restauracion, Francisco Núñez de Celis nos llama para trabajar en la Iglesia de San Saturio, restaurando  los frescos del pintor zapata. Así es como Teresa y yo recorríamos todos los días con gran emoción el camino del poeta Machado, de San Polo a San Saturio en torno al Duero, y sus palabras venían a mi mente  evocando la figura de Leonor o los álamos del rio.
Hoy se cumplen 75 años de la muerte de este compañero del alma, como diría Miguel  Hernández, y recuerdo los dibujos y grabados que he dedicado a su figura y viene a mi mente el cantar que envió a Unamuno en 1913 que seguramente describe su muerte en Coillure, Francia, el 22 de febrero de 1939:
Señor, me cansa la vida,
Tengo la garganta ronca
de gritar sobre los mares,
la voz de la mar me asorda,
Señor, me cansa la vida
y el Universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,

solo, con el mar a solas.