Archivo Barboza Grasa ®

MATISSE Y SOROLLA, DE MADRID A VALENCIA

Este verano, Teresa Grasa y yo regresábamos de Andalucía, y después de visitar Fuente Vaqueros, tierra del poeta Federico García Lorca, llegamos a Madrid, con el fin de visitar las exposiciones de Henri Matisse, en el Museo Thyssen- Bornemisza, y la gran antológica de Joaquín Sorolla en el Museo del Prado.

La obra de Matisse que guardaba el Museo Thyssen abarca el periodo de Niza, 1917-1941. Al entrar a las salas los recuerdos comienzan a fluir, y ellos me llevan a Moscú en el año de 1968, en que me encontraba en la ciudad de la Plaza Roja, una de las mas bellas del mundo y con un gran afán, de estudiante tropical, por ver las grandes obras maestras que guardaba el Museo Pushkin. Allí me encontré con los Matisse Naturaleza muerta con fruta, El estudio rosa, El jarrón con berros y la danza y Los peces rojos. Este último es el que mas me impresionó, y lo recuerdo con una gran claridad, y meditaba cómo un tema tan sencillo y cotidiano podía alcanzar tal belleza plástica. En el trópico era muy común en los años de mi niñez en Costa Rica, pescar en los ríos peces de colores, y tenerlos en un jarrón transparente y ver el colorido de los mismos moverse al ritmo de la vida. Pero el alcanzar esa grandeza plástica con unos diminutos animales rojos es un privilegio de los grandes creadores como Matisse.


La obra exhibida en las salas del Museo Thyssen, abarca los años de Niza en que Matisse se refugia en el interior de su vivienda con el mar de frente, como un cartujo que medita sobre el color y la forma, desde la ventana de su celda y de su huerto. Toda una lección de místico color, con objetos que le llegan a su taller, peces, mujeres que posan como odaliscas,esposa e hijos, flores, frutas, y el mar que se introduce por la ventana. El color en su obra es básico, creo que es el último gran colorista de la historia del arte del siglo XX, ya se lo decía Picasso, yo busco el color y Usted el dibujo.


La magna exposición de Sorolla en las nuevas salas del Museo del Prado, nos dan la dimensión pictórica de este artista español nacido en Valencia en 1863, seis años mayor que Matisse, es decir, que recorrieron paralelamente su historial pictórico, solamente los une el Mediterráneo. Sorolla nació con el don de la pintura, ese don que hace que la mano obedezca lo que el ojo ve, y así poder transmitir sus sensaciones visuales a una tela. Eso es un privilegio que tuvieron Velázquez o Goya, quienes tuvieron que trabajar para madurar su estilo, y eso lo demuestra el maestro Sorolla que, a pesar de tener esas habilidades pictóricas, fue un trabajador incansable, y como decía mi profesor, la inspiración viene trabajando.


Tanto Matisse como Sorolla necesitan del objeto, uno como en la cueva de Platón, lo capta de las sombras que entran por su estudio y se mueven a su alrededor. Sorolla necesita buscar los objetos en el exterior, al aire libre, para respirar su aroma y su color, en especial, el mar, que con tanta facilidad pintó. Se siente en la piel cuando se mira una marina de Sorolla, la sal del mar. Es único en esa capacidad de transmitirnos las sensaciones marinas del Mediterráneo.


El color de Matisse le viene de otro colorista, Cezànne, y lo usa para meditar y transmitir un estado anímico y teorizar con el color. En Sorolla, el color lo invade todo, es carnal, español del sol, en fin, es un pintor barroco. Todo el espacio lo llena con sus composiciones, no deja un solo detalle, necesita la superficie llena de objetos para transmitirnos esa alegría del color.


Hoy Sorolla se encuentra de nuevo en Valencia, en la Fundación Bancaja. Los que no han visto, esta España sorollesca que pintó para la Hispanic Society of America, de Nueva York, tienen la oportunidad de verla hasta el 10 de enero en la ciudad del Turia.

Carlos Barboza Vargas
Zaragoza 2009